Me gusta sentir el roce de mis pies entre la sábana y el edredón de mi cama cada vez que me acuesto a dormir sin medias.
Disfruto sentir la arena caliente bajo mis pies una
tarde de verano. El viento cálido que roza mi piel de forma sutil por mis mejillas mientras paseo en una ciudad playera desconocida. Ver las parejas jóvenes
besándose sin vergüenza en las frías playas Dublinesas.
Me encanta cuando se me eriza la piel al escuchar las
canciones de Cold Play a todo volumen en mis audífonos, y cuando escucho los largos audios de mi hermana Linda, que vive tan lejos, pero la siento tan cerca. Me reconforta la familearidad de su voz aplacando la sensación de soledad que suele asomarse por mi ventana cuando recuerdo que vivo en un país tan ajeno a cada uno de los miembros de la familia con la que crecí.
Me emociono al cantar la canción “Ironic” de Alanis
Morissette, en mi carro a solas, mientras sueño en lo que pudo ser y no fue, pensando en las ironías de la vida, y sintiendo la vibración que emiten las cornetas por todo mi cuerpo.
Gozo caminar por el parque y sentir la tierra húmeda
en mis pies descalzos. El olor que emite el césped recién cortado, ese aroma a
tierra mojada que vaticina la llegada de una lluvia torrencial.
Me deleitan los besos en el cuello, el olor afrodisíaco
de la canela, y tomar un café caliente mientras pienso en el sentido de la vida. A veces de tanto pensar en temas filosóficos me empiezo a deprimir, o tal vez sea la nostalgia de saber que nada sé, como diría algun filósofo griego... Hasta que la chispa del entusiasmo por "algo" vuelve a mí, casi siempre involucrando letras, movimiento físico, y una copa de vino con alguien que pueda contener mi exceso de risas y suspiros.
Todo eso me gusta, y mucho más...